1. MOVIMIENTOS MIGRATORIOS INTERIORES
1.1. El éxodo rural
Cataluña, primera región en industrializarse de España, había atraído gran cantidad de peones andaluces o murcianos. Pero fue en los años 60 cuando se intensificó el flujo de población rural que se desplazaba a las grandes urbes como Barcelona o Madrid para trabajar en la industria o el servicio doméstico.
El éxodo rural tenía su origen en la situación social del campo, dramática tanto por el gran número de campesinos sin tierra como por el analfabetismo, consecuencia de la temprana incorporación al trabajo.
La situación empeoró en los años 60 por la mecanización de las labores agrícolas, que hizo que muchos jornaleros de Andalucía, Extremadura o La Mancha se vieran forzados a emigrar. La reducción del número de trabajadores disponibles solo aceleró este proceso.
Si en los latifundios meridionales los jornaleros se veían reemplazados por las máquinas, en Galicia y otras zonas la mecanización se veía dificultada por el minifundismo. Al tamaño de las explotaciones se unía el espacio ocupado por las lindes.
La crisis energética de 1975 marcó el fin del éxodo rural e invirtió la tendencia de los movimientos migratorios interiores. La destrucción de puestos de trabajo en la industria llevó a muchos a abandonar las grandes urbes en las que se habían instalado unos años antes.
2. MOVIMIENTOS MIGRATORIOS EXTERIORES
2.1. Emigración a Latinoamérica
Medio millón de españoles, entre los que abundaban los gallegos y los canarios, emigraron a países latinoamericanos como Venezuela, Argentina, Brasil o Uruguay. Se trataba de territorios casi vírgenes cuya explotación demandaba mucha mano de obra. Los emigrantes eran en su mayoría trabajadores no cualificados empleados en actividades agropecuarias.
Los gobiernos de América Latina restringieron el número de entradas en los años 60, cuando se pasó de una inmigración pobladora a otra económica, más selectiva. Ahora lo que se buscaba eran profesionales cualificados: ingenieros, técnicos, etc.
2.2. Emigración a Europa Occidental
Como en cualquier proceso migratorio, en la oleada migratoria protagonizada por los españoles entre 1960 y 1975 intervienen una serie de factores de rechazo, que les empujaron a abandonar su país, y unos factores de atracción, que les llevaron a establecerse en países de Europa Occidental.
Entre los primeros se encontraban los siguientes: la situación social del campo ya mencionada; una industrialización débil, incapaz de absorber la mano de obra disponible; y los efectos a corto de plazo del Plan de Estabilización (1959), que obligó a muchas empresas a realizar ajustes y aumentó temporalmente el desempleo.
El principal factor de atracción fue el periodo de intenso crecimiento económico que disfrutó la Europa Occidental en aquellos años, conocido como los Treinta Gloriosos en Francia o el milagro económico alemán en la República Federal Alemana (RFA).
La expansión industrial supuso la creación de miles de puestos de trabajo que estos países no podían cubrir con sus propios efectivos demográficos, muy mermados por su participación en ambos conflictos mundiales. De ahí que se importasen trabajadores de países mediterráneos como España.
En el caso de Francia, la emigración no era un fenómeno reciente. Desde principios del s. XX muchos españoles vivían en bidonvilles en suburbios como el de Saint Denis (París), conocido como la Pequeña España. Su número se disparó durante la Guerra Civil. A ellos cabe añadir los españoles o descendientes de españoles que se habían establecido antes en el Oranesado, en la Argelia francesa. Un tipo característico de emigración era la de los temporeros levantinos que iban a vendimiar al sur de Francia.
Además de Francia, los principales países de destino de los emigrantes fueron la RFA y Suiza, cuyos elevados salarios eran un gran atractivo para los trabajadores españoles. Menor importancia tuvieron Bélgica, los Países Bajos y el Reino Unido.
Aunque el flujo migratorio estaba organizado por el Instituto Español de Emigración, se calcula que la mitad emigraba extraoficialmente. Se trataba en su mayoría de hombres jóvenes sin formación, originarios del sur y el oeste de la Península (Andalucía, Extremadura, Murcia, Galicia, León…). Muchos de ellos habían emigrado ya previamente a Madrid o Barcelona.
Muchas mujeres solteras también emigraron a Francia a trabajar como chambras (criadas internas) y, una vez casadas, como porteras.
Aunque los emigrantes ocupaban aquellos puestos más duros y peor remunerados de la construcción, la industria metalmecánica o la hostelería, las remesas enviadas por los emigrantes a sus familias fueron una fuente de divisas clave en la industrialización del país.
La integración en los países de destino no fue fácil. Las autoridades suizas ponían trabas a la reintegración familiar y las de Reino Unido ni siquiera permitían el acceso a los hijos de los trabajadores. La única excepción fue Francia, donde la integración social era más fácil por idioma, mentalidad y costumbres.
Los emigrantes siempre mantuvieron el anhelo de volver a su país y muchos retornaron cuando la crisis del petróleo de 1973 hizo caer la demanda de mano de obra.
2.3. España, un país de inmigración
En torno al año 2000 España pasó de ser un emisor de emigrantes a atraer en pocos años a seis millones de emigrantes.
Los factores de atracción que motivaron esta oleada migratoria incluyen su clima cálido, ideal para el turismo de sol y playa y la práctica del golf, o la demanda de mano de obra para los regadíos intensivos del sur peninsular.
Pero el factor más relevante fue el boom de la construcción que vivió España tras la puesta en marcha de la Unión Económica y Monetaria, que atrajo a los países del Sur el ahorro de la Europa del Norte.
La disponibilidad de capital generó un largo ciclo de expansión económica. Esta disponibilidad de liquidez generó en España una burbuja del mercado inmobiliario por varias causas: una política fiscal que favorecía la compra de vivienda frente al alquiler, la facilidad para obtener un crédito hipotecario del banco y el sesgo de percepción de la población sobre el precio de la vivienda, que había aumentado mucho durante el reciente éxodo rural.
La afluencia de emigrantes británicos o alemanes, atraídos por el clima de España, impulsó el mercado inmobiliario. Se trata de una población inactiva que se concentra en el arco mediterráneo. Su número real se desconoce, ya que la mayoría no se registra.
El boom de la construcción atrajo a muchos trabajadores inmigrantes, lo que a su vez aumentó la demanda residencial. Entre ellos destacan los rumanos, los marroquíes y los ecuatorianos. Al ser una población joven, ha servido para mitigar el creciente envejecimiento.
El fin de la burbuja inmobiliaria en 2007 supuso un brusco descenso del flujo migratorio. La llegada de población emigrante ha seguido produciéndose, aunque a menor escala.
2.4. España, de nuevo un país de emigrantes
Varios factores explican la nueva oleada emigratoria que se vive en la actualidad: el fin de la burbuja inmobiliaria, que hizo que el desempleo se disparase; la inflación de titulados universitarios, que acaban cayendo en el subempleo; las escasas oportunidades para científicos y trabajadores muy cualificados; y la devaluación del factor trabajo por la deslocalización y automatización.
Buena parte de estos emigrantes son antiguos inmigrantes que retornan a su lugar de origen o se dirigen a otros destinos con más oportunidades. Entre los principales países de destino de los emigrantes españoles se encuentran Reino Unido, Alemania, Francia, Suiza y los EE. UU.