Primeros asentamientos y desarrollo preindustrial
Los primeros asentamientos urbanos se vinculan con la presencia de recursos básicos, vías de comunicación o posiciones defensivas privilegiadas. Estos rasgos siguen presentes en las ciudades actuales como herencia de los asentamientos originales, lo que explica, por ejemplo, la concentración urbana en el litoral o la presencia de ríos que cruzan muchas ciudades. Con la llegada de las primeras civilizaciones (colonización fenicia, griega y cartaginesa), los núcleos urbanos originales se reconvirtieron y aparecieron otros nuevos. El plano urbano de las ciudades griegas y romanas, en el caso de la Península Ibérica, solía ser simple y regular, con dos ejes principales (cardo y decumano en el caso romano) que se cruzaban en un centro cívico (foro) que albergaba funciones religiosas, comerciales y administrativas. Una muralla rodeaba la ciudad como elemento defensivo y diferenciador del espacio circundante; además, la trama urbana intramuros era generalmente densa y cerrada. Este núcleo inicial será el germen de lo que posteriormente se denominará casco antiguo.
La romanización sumó a este germen una estructura política y administrativa, de tal forma que los centros urbanos adquirieron funciones múltiples: político-militares, administrativas y económicas, convirtiéndose en centros organizadores del territorio.
Durante la Edad Media, la ciudad creció, apareciendo nuevos edificios (iglesias, mercados), barrios (gremios, minorías religiosas) y elementos defensivos. La ciudad creció tanto que la muralla existente se convirtió en un impedimento para su expansión, razón por la que a menudo se construyó densamente intramuros, estrechando las calles y volviendo el plano más irregular, o bien se ampliaron los recintos amurallados. En este momento, se estableció una fuerte diferencia entre el espacio urbano (intramuros) y el hinterland (extramuros), espacio agrario que rodeaba la ciudad y suministraba productos agropecuarios a sus habitantes.
Los visigodos, en menor medida, y sobre todo los musulmanes a partir del siglo VIII, fundaron nuevas ciudades o revitalizaron asentamientos anteriores, introduciendo elementos característicos como alcázares, mezquitas, zocos y trazados urbanos a menudo intrincados.
A partir del siglo XIII, con la Reconquista cristiana en avance, la urbanización cobró impulso gracias al comercio, vinculado a los mercados locales, las ferias y las grandes rutas comerciales y de peregrinación, como el Camino de Santiago. Fruto de esta etapa, aparecen en las ciudades elementos como catedrales góticas, lonjas, ayuntamientos, etc.
En la Época Moderna (siglos XV-XVIII), las monarquías tendieron a consolidar su poder y, en ocasiones, trasladaron el centro político y económico de las ciudades fuera del congestionado casco antiguo, buscando espacios para introducir innovaciones urbanísticas como plazas mayores, calles más anchas, y mejoras en infraestructuras como los primeros sistemas de alcantarillado o fuentes monumentales. En el siglo XVI, el crecimiento demográfico y el monopolio del comercio con las Indias impulsaron el crecimiento de ciudades portuarias como Sevilla, a la que se sumó Madrid, escogida por Felipe II como capital permanente de la Corona Hispánica, experimentando un rápido crecimiento. Durante el siglo XVII, la urbanización se vio frenada por la crisis demográfica y económica general, seguida de una modernización de las urbes en el siglo XVIII bajo la dinastía de los Borbones y la influencia de la Ilustración, con proyectos de embellecimiento, creación de paseos y alamedas, y mejora de servicios.
La ciudad en el siglo XIX: Revolución Burguesa e Industrial
Entre finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX, las ciudades españolas experimentaron profundas transformaciones debido al ascenso de la burguesía al poder político y económico y a la incipiente Revolución Industrial. Tras el derribo de las antiguas murallas (salvo excepciones defensivas o pervivencias parciales como torreones), el hinterland inmediato se integró en la ciudad como espacio urbanizable, acogiendo principalmente tres elementos característicos:
- El ensanche burgués
- Las áreas industriales
- Los arrabales obreros
El ensanche burgués fue una zona de nueva planificación urbanística integrada en la ciudad, destinada a la residencia de la burguesía y las clases medias. Se caracterizó por un plano regular, ya sea radiocéntrico (menos común en España) o, más frecuentemente, en cuadrícula o damero (como los planes de Ildefons Cerdà en Barcelona o los ensanches de Valencia y Madrid). Su unidad básica era la manzana cerrada, generalmente de forma cuadrangular, a menudo con esquinas achaflanadas para crear pequeñas plazas en las intersecciones y mejorar la visibilidad y ventilación. Presentaba una fachada exterior cuidada, con balcones, miradores y bajos comerciales, y solía incluir un patio interior. Las manzanas se articulaban mediante amplias avenidas arboladas y se complementaban con algunos espacios verdes y equipamientos.
Junto al ensanche, en la periferia ganada al hinterland o junto a vías de comunicación (ferrocarril, canales, ríos), surgieron también paisajes industriales, con fábricas ubicadas cerca de fuentes de energía (como cursos de agua o minas de carbón, necesarios para las máquinas de vapor) y de los mercados o puertos para la distribución. Estas áreas industriales se complementaron con arrabales obreros, barrios que crecieron de forma a menudo desordenada y con escasas condiciones higiénicas y de habitabilidad, albergando a la creciente mano de obra industrial junto a las fábricas.
Hasta mediados del siglo XIX, la concentración demográfica en las ciudades españolas fue relativamente baja (alrededor del 24% de la población total). Experimentó un crecimiento significativo durante la Restauración (1874-1923), especialmente a principios del siglo XX, favorecido por una mayor estabilidad política y el inicio de un éxodo rural más constante hacia los focos industriales y urbanos.
Este crecimiento se vio interrumpido por la Guerra Civil (1936-1939) y la dura posguerra, periodo durante el cual las ciudades sufrieron deterioro, desabastecimiento y un escaso fomento por parte del régimen franquista inicial, con la excepción de polos clave para la política de autarquía como Madrid, Barcelona y Bilbao. Durante la etapa del desarrollismo (aproximadamente 1960-1975), factores como el baby boom demográfico, el fuerte impulso económico e industrial, el auge del turismo de sol y playa y el intenso éxodo rural aceleraron de forma exponencial el crecimiento urbano y la transformación física de las ciudades.
Reformas Sociales y Nuevos Modelos Urbanos (Finales s. XIX – Principios s. XX)
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, como respuesta a los problemas generados por el rápido crecimiento industrial y urbano, surgieron diversos proyectos urbanísticos influidos por corrientes higienistas, utópicas y reformistas. Estos proyectos buscaban:
- Ampliar la ciudad de forma más ordenada y saludable.
- Solucionar los graves problemas de hacinamiento, insalubridad y conflictividad social asociados a los arrabales obreros e industriales.
- Promover las ideas naturalistas e higienistas en boga, buscando una mayor integración de la naturaleza en la ciudad y mejores condiciones de vida para sus habitantes.
Entre los proyectos y modelos más destacados de este periodo se encuentran:
La Ciudad Lineal
Este proyecto, ideado por el urbanista español Arturo Soria a finales del siglo XIX, proponía un modelo de crecimiento urbano basado en una larga y ancha avenida central (la ‘calle principal’) dotada de infraestructuras y transporte (inicialmente un tranvía). A ambos lados de este eje principal, que se extendería por la periferia despoblada, se dispondrían parcelas con viviendas unifamiliares ajardinadas, destinadas principalmente a las clases trabajadoras y medias. Buscaba reubicar a los obreros fuera de los insalubres arrabales y ofrecerles una vivienda higiénica con un pequeño huerto o jardín. El modelo de Soria se aplicó parcialmente en Madrid (Ciudad Lineal) y sirvió de inspiración conceptual para otras expansiones urbanas o ejes de crecimiento, como pudo ser en parte la función inicial de la Avenida Blasco Ibáñez en Valencia, conectando la ciudad consolidada con los poblados marítimos.
La Ciudad Jardín
Propuesta por el urbanista británico Ebenezer Howard a principios del siglo XX (en su obra «Garden Cities of To-morrow»), la ciudad jardín planteaba la creación de nuevas ciudades de tamaño limitado, rodeadas por un cinturón verde agrícola y natural permanente. Estos núcleos urbanos autosuficientes combinarían las ventajas de la vida urbana (empleo, servicios, vida social) con los beneficios del campo (aire libre, naturaleza, producción local de alimentos). Integrarían armónicamente espacios verdes, zonas residenciales de baja densidad (viviendas unifamiliares con jardín), áreas industriales limpias y equipamientos comunitarios, con un crecimiento controlado y una población limitada para evitar los problemas de congestión, contaminación y especulación de la gran urbe industrial. Aunque pocas ciudades jardín se construyeron siguiendo estrictamente el modelo original, su influencia en el urbanismo del siglo XX, especialmente en el desarrollo de suburbios residenciales ajardinados, fue enorme.
La Manzana Cerrada Racionalista
La arquitectura y el urbanismo racionalista, que florecieron en Europa en las décadas de 1920 y 1930 (coincidiendo en España con la Segunda República), también abordaron la cuestión de la vivienda obrera y la reforma urbana. Aunque el racionalismo es más conocido por sus propuestas de bloques abiertos y torres exentas («ciudad funcional»), también replanteó la idea de la manzana cerrada heredada del ensanche. Se eliminó la ornamentación superflua de las fachadas burguesas, priorizando la funcionalidad, la higiene (sol, ventilación) y la estandarización. Se buscó dignificar la vivienda obrera y, en algunos casos, se fortaleció el espacio interior del patio de manzana, concebido no ya como un mero espacio residual, sino como un lugar para uso comunitario (jardines, zonas de juego) para los residentes del edificio. Un ejemplo característico de manzana cerrada con influencias racionalistas y expresionistas en España es la llamada Finca Roja en Valencia (Enrique Viedma, 1933).
Desarrollo Urbano en los Siglos XX y XXI
Durante los siglos XX y XXI, las ciudades españolas, al igual que en otros países desarrollados, experimentaron un nuevo y complejo impulso urbano. Este proceso combinó la modernización de infraestructuras y medios de transporte, la descentralización de funciones hacia la periferia (suburbanización), fenómenos de especulación inmobiliaria y, en los centros urbanos, operaciones de reforma interior.
Se abrieron nuevas plazas y se construyeron grandes vías (como la Gran Vía en Madrid), a menudo inspiradas en el modelo haussmanniano de París, para mejorar la circulación y ‘sanear’ los cascos antiguos. Asimismo, el casco antiguo continuó densificándose o transformándose, algunos inmuebles históricos (iglesias desamortizadas, conventos, palacios) fueron reutilizados para funciones administrativas, culturales o incluso residenciales, y el paisaje urbano vio una creciente mezcla de estilos arquitectónicos, con la inserción de edificios modernos junto a los históricos.
Los usos del suelo experimentaron una progresiva terciarización (creciente predominio del sector servicios en la economía y el espacio urbano) y una mayor segregación socioespacial (diferenciación de barrios por nivel de renta y grupo social).
La generalización del automóvil a partir de los años 60 y la mejora de los transportes (ferrocarril de cercanías, redes de carreteras) permitieron que muchas industrias abandonaran los centros urbanos para establecerse en polígonos industriales periféricos, donde el suelo era más barato y accesible. La abundante mano de obra, en gran parte procedente del éxodo rural masivo de las décadas centrales del siglo XX, se asentó a menudo en grandes polígonos de viviendas y ciudades dormitorio construidos rápidamente en la periferia, muchas veces con déficits iniciales de equipamientos y servicios. Simultáneamente, antiguos espacios industriales y arrabales obreros dentro de la ciudad consolidada fueron objeto de reconversión para nuevos usos residenciales (a veces de mayor calidad) y de oficinas.
La crisis del petróleo de 1973 y la Transición democrática (1975-1982) marcaron el paso hacia una economía y una urbanización postindustrial. La tasa de crecimiento urbano se desaceleró inicialmente, para luego volver a acelerarse en periodos de bonanza económica, como el intenso ciclo expansivo ligado a la burbuja inmobiliaria entre aproximadamente 1997 y 2007.
Con el tiempo, el sector secundario (industria) perdió peso relativo en la economía nacional y las grandes industrias continuaron alejándose de las ciudades o cerrando, debido a la competencia global, la revalorización del suelo urbano y la mejora de la logística y los transportes. A menudo dejaron vestigios en el paisaje urbano (chimeneas, naves industriales) que, en algunos casos, han sido reconvertidos para nuevos usos (culturales, comerciales, residenciales).
Los antiguos arrabales obreros tendieron a desaparecer o transformarse profundamente, y las zonas residenciales para trabajadores se reubicaron o adoptaron nuevas formas (grandes bloques en polígonos periféricos, viviendas de protección oficial, etc.). El ensanche burgués se consolidó como área residencial y comercial de clases medias y altas, aunque también experimentó procesos de terciarización (oficinas, comercios) y, en algunas zonas, cierto envejecimiento o degradación. El casco antiguo pervivió, experimentando fases de abandono y posterior recuperación, conservando (y a veces rehabilitando y poniendo en valor turístico) vestigios de su pasado histórico.
Las actividades del sector terciario (comercio, finanzas, administración, ocio, turismo) ganaron un peso predominante en la estructura económica urbana. Sin embargo, muchos de estos servicios también se descentralizaron hacia la periferia (suburbanización), surgiendo grandes centros comerciales, parques empresariales y tecnológicos, áreas de ocio (cines, restaurantes) y nuevos equipamientos (hospitales, campus universitarios) junto a las zonas residenciales suburbanas de baja densidad (chalets, adosados).
El crecimiento urbano extensivo y la concentración de población y actividad económica favorecieron la expansión y consolidación de áreas metropolitanas (formadas por una ciudad central y los municipios de su entorno inmediato con fuertes relaciones funcionales) y regiones urbanas (áreas más extensas con varias ciudades interconectadas). Estos complejos entramados territoriales incluyen la ciudad central, municipios periféricos residenciales (ciudades dormitorio), áreas industriales y logísticas, y grandes superficies comerciales y de ocio.
Paralelamente, determinadas áreas rurales y, sobre todo, costeras, tradicionalmente dedicadas al sector primario, experimentaron una intensa promoción urbanística, especialmente ligada al turismo residencial y vacacional en el litoral mediterráneo e insular. Este proceso alteró profundamente el paisaje natural y agrario, generando a menudo una ocupación masiva y poco sostenible del frente costero.
Este crecimiento urbano extensivo, tanto metropolitano como turístico, no siempre siguió una planificación integrada y sostenible, dando lugar a morfologías urbanas complejas, dispersas y a menudo fragmentadas, con importantes impactos ambientales y sociales.
Una tendencia significativa en las últimas décadas, especialmente en los centros urbanos y barrios históricos, es la gentrificación (término derivado del inglés gentry, referido a la clase media-alta). En cascos antiguos y barrios tradicionalmente populares o degradados, la inversión inmobiliaria (privada o a veces pública), a menudo tras un periodo de desinversión y caída de precios, lleva a la rehabilitación de edificios, la mejora del espacio público, la instalación de nuevos comercios y servicios orientados a consumidores de mayor poder adquisitivo, y la llegada de nuevos residentes de clases medias y altas. Este proceso suele conllevar el desplazamiento (directo o indirecto, por el aumento de precios) de la población original de menores ingresos y la transformación del carácter social y funcional del barrio.
Retos y Tendencias de la Ciudad Española Actual
El desarrollo urbano contemporáneo en España, caracterizado por una alta tasa de urbanización (cerca del 80% de la población vive en ciudades) y la consolidación de un sistema urbano complejo, plantea importantes retos que las ciudades deben afrontar para lograr un modelo de desarrollo más sostenible, equitativo y habitable. Entre los principales desafíos y tendencias destacan:
- Casco antiguo: El centro histórico ha pasado de ser a menudo un espacio degradado y abandonado a un área rehabilitada y revalorizada, convertida en foco de atracción turística, cultural y de ocio. Sin embargo, este proceso de revitalización conlleva a veces la pérdida del tejido social tradicional (residentes de bajos ingresos, pequeño comercio de proximidad) en favor de usos turísticos y comerciales especializados (ocio nocturno, tiendas de souvenirs, franquicias, apartamentos turísticos). Esto puede generar problemas de convivencia, saturación y dificultar el acceso a la vivienda para familias y residentes con menor poder adquisitivo, llevando a la ‘turistificación’ y tematización de estos espacios. La peatonalización selectiva y la regulación de los apartamentos turísticos son algunas medidas que intentan mitigar estos efectos negativos y buscar un equilibrio entre los usos.
- Gentrificación y segregación socioespacial: La gentrificación, aunque puede contribuir a la recuperación física de barrios degradados, a menudo esconde o impulsa maniobras especulativas y provoca la expulsión (directa o indirecta) de los residentes originales de menores ingresos hacia áreas periféricas peor comunicadas, con menos servicios y equipamientos. Esto acentúa la segregación socioespacial, es decir, la concentración de la población en diferentes barrios según su nivel de renta y origen, dificultando la cohesión social. Persisten, además, bolsas de pobreza, marginalidad y vulnerabilidad urbana en algunas periferias y barrios degradados, en contraste con áreas residenciales cerradas y bien equipadas para las clases más pudientes.
- Acceso a la vivienda: El fuerte aumento de la demanda de vivienda en las áreas urbanas más dinámicas (por crecimiento demográfico, inmigración, formación de nuevos hogares, demanda turística), combinado con la escasez de suelo urbanizable asequible y la especulación inmobiliaria, ha generado un grave problema de acceso a la vivienda digna y asequible en muchas ciudades españolas. Esto se manifiesta en el encarecimiento desproporcionado de los precios de compra y, sobre todo, de los alquileres, dificultando la emancipación de los jóvenes y el proyecto vital de muchas familias. La proliferación de infraviviendas (pisos muy pequeños, a veces por debajo de los mínimos legales de habitabilidad) es otra cara de este problema.
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Problemas medioambientales: Las ciudades son grandes consumidoras de recursos y generadoras de impactos ambientales. Los principales retos son:
- Contaminación atmosférica: El elevado volumen de tráfico rodado (principalmente vehículos privados con motor de combustión), unido a una oferta de transporte público a veces insuficiente o poco competitiva y a la escasez relativa de zonas verdes urbanas, provoca altos niveles de contaminación atmosférica (smog fotoquímico), especialmente por partículas en suspensión (PM10, PM2.5) y óxidos de nitrógeno (NOx), con graves consecuencias para la salud pública.
- Contaminación acústica y lumínica: El ruido generado por el tráfico, las actividades de ocio nocturno, las obras y otras fuentes urbanas constituye una importante molestia y un problema de salud (estrés, trastornos del sueño), que puede llevar a la declaración de Zonas Acústicamente Saturadas (ZAS) en las áreas más afectadas. La excesiva e ineficiente iluminación artificial nocturna constituye la contaminación lumínica, que afecta a los ecosistemas y al descanso.
- Gestión de residuos: El gran volumen de residuos sólidos urbanos (RSU) generado por los hogares y las actividades económicas plantea un enorme desafío logístico y ambiental para su recogida selectiva, transporte, tratamiento (reciclaje, compostaje, valorización energética) y eliminación segura en vertederos.
- Consumo de suelo y agua: La expansión urbana dispersa (urban sprawl) consume grandes cantidades de suelo fértil agrícola y espacio natural periurbano, fragmenta hábitats y aumenta la dependencia del transporte privado. Además, las ciudades concentran una elevada demanda de recursos hídricos, lo que genera presión sobre las fuentes de abastecimiento, especialmente en un contexto de cambio climático.
- Impacto en el clima local: La ‘isla de calor urbana’ (temperaturas más elevadas en el centro urbano que en la periferia rural) es un fenómeno característico que se ve agravado por la falta de vegetación y la abundancia de superficies impermeables.
- Movilidad sostenible: Reducir la dependencia del vehículo privado y fomentar modos de transporte más sostenibles (caminar, bicicleta, transporte público eficiente y accesible) es crucial para mitigar la congestión, la contaminación y mejorar la calidad de vida urbana.
- Gobernanza metropolitana: La gestión de los problemas que trascienden los límites municipales (transporte, residuos, planificación territorial) requiere una mayor cooperación y coordinación entre los distintos ayuntamientos que forman las áreas metropolitanas, a través de estructuras de gobernanza adecuadas.