Desigualdad Global y Cooperación Internacional: Un Panorama Actual

1. Un mundo desigual

La manera más habitual de medir la riqueza de un territorio es dividir su Producto Interior Bruto (PIB) entre el número de habitantes. Como ya sabemos, el PIB calcula el total de la producción obtenida por un país a lo largo de un período de tiempo. Sin embargo, esta medida de los ingresos por persona o renta per cápita no refleja el reparto real de la riqueza, pues una minoría de la población puede acaparar una gran parte de los bienes.

Por ello, una alternativa más precisa es medir el grado de satisfacción de las necesidades básicas de los ciudadanos: alimentación, salud, educación, trabajo, acceso a la vivienda o seguridad. Los países alcanzan el pleno desarrollo cuando toda su población tiene cubiertas estas necesidades. Sin embargo, en el mundo son muy pocos los casos donde se cumple esta regla.

El programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) decidió crear un Índice de Desarrollo Humano (IDH) para medir la calidad de vida de las personas. Para calcularlo, se utilizan tres criterios: el nivel de ingresos, el acceso a la educación y la esperanza de vida al nacer. Este índice permite comparar el nivel de vida entre distintas poblaciones y ver cómo evoluciona a lo largo del tiempo.

Como ya hemos visto, el modelo económico actual se basa en el libre mercado, sistema por el cual, el precio de los bienes y servicios es acordado mediante las leyes de la oferta y la demanda. Las empresas que producen estos bienes y servicios buscan obtener los mayores beneficios y compiten entre sí para lograrlo, movilizando el mercado en busca de trabajadores, materias primas, espacios donde instalarse y capital para llevar a cabo sus actividades. Esta competencia es uno de los motores fundamentales de la economía mundial, y gracias a su impulso se ha alcanzado un crecimiento económico sin precedentes. Sin embargo, este sistema basado exclusivamente en la competencia esconde un lado oscuro, ya que solo unos pocos pueden acceder a la riqueza, mientras que una gran parte de la población mundial continúa sin alcanzar niveles óptimos de desarrollo. Para intentar corregir esta tendencia autodestructiva, una vez superada la Segunda Guerra Mundial, varios organismos internacionales, Estados, organizaciones no gubernamentales (ONG) y fundaciones privadas, comenzaron a luchar para reducir las diferencias entre países ricos y pobres, a través de la cooperación internacional. En la década de los setenta del siglo pasado, la Asamblea General de las Naciones Unidas fijó en el 0,7 % el porcentaje del PIB que las naciones más ricas debían destinar a los países del Tercer Mundo para ayudarlos a subsanar su situación de pobreza. Hoy en día, solo cinco países cumplen con este objetivo. Por tanto, y aunque se han producido algunos avances, aún estamos muy lejos de consolidar una alianza mundial para el desarrollo.

2. Geografía del hambre

Hoy en día se producen alimentos suficientes como para sostener a toda la población mundial, a pesar de su continuo crecimiento. Por lo tanto, hay que buscar otras causas para explicar el hambre en el mundo.

El reparto desigual de la riqueza es uno de los motivos más importantes. Los conflictos bélicos, los desplazamientos de la población, los sistemas políticos corruptos y las decisiones económicas erróneas de instituciones y gobernantes son algunas de las razones que provocan esta desigualdad. También hay causas naturales que explican el hambre, como sequías, heladas, plagas de insectos y desastres naturales, como inundaciones y terremotos. Pero estos episodios aumentan su gravedad cuando tienen lugar en los países más pobres, por su dificultad para atender las situaciones de emergencia.

Acabar con el hambre es la prioridad en la lucha contra la desigualdad en el mundo. Es el primero de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio, fijados por la ONU en el año 2000. Según esta meta, hay que disminuir a la mitad la cantidad de personas extremadamente pobres, con ingresos inferiores a 1,25 dólares al día, y reducir en un 50 % el porcentaje de aquellos que pasan hambre. En ambos casos, se han conseguido avances:

  • En los últimos 25 años, la proporción de personas que viven en condiciones de extrema pobreza se ha reducido casi a la mitad.
  • En el mismo período, el porcentaje de niños por debajo del peso normal ha disminuido más del 10 %.

Sin embargo, una quinta parte de los niños de los países en desarrollo aún no alcanzan un peso normal, por lo que estas cifras siguen siendo inaceptables. Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), para luchar contra el hambre es necesario aplicar una estrategia de “doble vía”. Por una parte, hay que aumentar las actividades productivas en los países pobres. Por otro lado, hay que facilitar a las familias más afectadas un acceso inmediato a los alimentos, por medio de programas de ayuda.

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