Crecimiento Económico y Transformaciones Estructurales en los Países Desarrollados (1945-1980)

Las características del crecimiento económico

El crecimiento económico vino acompañado, y fue fruto, de importantes cambios en la estructura productiva. Se puede afirmar, aunque con algunos matices importantes, que en este período se produjo el declive definitivo del sector agrario en los países desarrollados. A comienzos de la década de 1970, la población activa en la agricultura representaba tan sólo un 29% del total en el Reino Unido, un 4,1% en Estados Unidos, un 6,1% en Holanda y un 10,9% en Francia, país de gran tradición y riqueza agraria. En Japón ascendía hasta el 13,4%, pero su descenso había sido el más drástico, ya que en 1950 era todavía el 48,3%.

No obstante, el sector agrario siguió teniendo un importante peso en la economía de los países desarrollados. Por una parte, la introducción de una amplia gama de innovaciones permitió aumentar la productividad, los rendimientos y la producción total agraria. La productividad de la agricultura aumentó, entre 1950 y 1973, a una tasa mayor que la de la industria en Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos. Por otra parte, y por una variada serie de razones (estratégicas, culturales, políticas), los países desarrollados implantaron políticas agrarias de corte muy proteccionista. La conjunción de ambos elementos condujo a una situación de práctico autoabastecimiento alimentario del mundo desarrollado, primero, y a la progresiva generación de excedentes, después, lo que mermó radicalmente las posibilidades exportadoras de los productores agrarios del tercer mundo.

Paralelamente al descenso del empleo agrario, se produjo un aumento en la minería, la industria y la construcción, aunque en algunos casos se empezaba a notar un cierto declive industrial, fruto del fuerte proceso de terciarización que trajo consigo el gran crecimiento del sector servicios. Este crecimiento industrial vino acompañado, igualmente, por cambios en la composición del producto y por cambios en los mismos productos. El sector que conoció un declive más importante fue el textil, uno de los motores de la primera industrialización. La química y los productos metálicos elaborados fueron los que conocieron un mayor crecimiento, permaneciendo estabilizada la producción de metales. Mención especial merece el sector de la alimentación, que experimentó un leve declive, aunque mantuvo una posición fundamental, dato que refuerza la importancia que el sector agroalimentario siguió teniendo en las sociedades desarrolladas.

Igualmente, se aprecia un crecimiento generalizado del sector servicios que en 1973 empleaba casi al 50% de la población activa. Este espectacular crecimiento de los servicios tuvo dos componentes. Por una parte, se debió al desarrollo de los servicios tradicionales: bancarios, seguros, comunicaciones y telecomunicaciones, y, por otra, al surgimiento y auge de nuevos servicios, particularmente, los vinculados al desarrollo del Estado del bienestar como la sanidad y la educación, así como el turismo.

Otro de los rasgos característicos de este período fue el extraordinario crecimiento del empleo. El número de empleados creció en todos los países desarrollados y aumentó también el porcentaje de la población activa, fruto, en parte, de la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. Destaca el crecimiento del empleo en Japón, el alto nivel alcanzado por la URSS en comparación con los países desarrollados (rasgo característico de las economías planificadas), y de modo muy especial la mediocre trayectoria de España, que refleja la baja capacidad de generación de empleo, tradicional de la economía española. Los países europeos presentaban importantes diferencias, tanto en la creación de puestos de trabajo, como en los cambios en la tasa de población activa. En lo concerniente al número de empleos, destacó Alemania, que pasó de 28,7 a 35,5 millones de empleados, lo que supuso casi la tercera parte de todo el empleo creado en la Europa occidental.

En lo concerniente a las tasas de actividad, los comportamientos fueron muy diversos, debido a un cúmulo de circunstancias nacionales (factores culturales, cambios en la educación, incorporación de la mujer al mercado laboral). Así, encontramos países con una gran estabilidad en bajos niveles relativos de actividad como Bélgica y Holanda, frente a países con altos niveles y con tendencia creciente como Suiza y Dinamarca. Entre los países grandes, la tasa aumentó en Alemania, al igual que en el Reino Unido, mientras que en Italia y en Francia sufrió un leve declive. Lo que más importa destacar es que, al margen de estas diferencias, el comportamiento en la generación de empleo fue muy satisfactorio en todos los países, como muestran los datos del desempleo.

La tasa media de paro en el período 1950-1973, en los países de la Europa occidental, fue sólo del 2,6% de la población activa, cifra que sería añorada después, cuando entre 1994-1998 se llegó a un porcentaje del 10,7%. Japón todavía tuvo un comportamiento mejor con una tasa del 1,6%, mientras que en Estados Unidos el desempleo fue más elevado que en Europa, un 4,6%, aunque posteriormente respondió mejor ante la crisis aumentando sólo hasta el 5,3%. Entre los países europeos, los peores datos corresponden a Italia, que con un 5,5% duplicaban el nivel medio europeo de paro, aunque las cifras italianas deben tomarse con algunas reservas. En 1950, el desempleo era todavía un grave problema en países como Alemania (8,2%) e Italia (6,9%). Sin embargo, en Alemania dicha tasa había descendido al 1,1% en 1960 y al 1% en 1973, a pesar de la fuerte inmigración de alemanes orientales primero y de extranjeros después. Finalmente, hay que destacar que las tasas de paro se redujeron rápidamente durante la década de 1950 (pasando del 3,8 al 2,4%), tendiendo a estabilizarse, incluso a crecer levemente, a comienzos de la década de 1970 (un 3,1% en 1973). En conclusión, y en agudo contraste con los problemas de paro que azotaron a la Europa de entreguerras y a lo que sucedió tras la crisis petrolífera, el período 1950-1973 se caracterizó por unas excepcionales oportunidades que condujeron a una situación prácticamente de pleno empleo.

El crecimiento económico de los países desarrollados se tradujo en una importante mejora del nivel de bienestar de la población. Los ciudadanos de estos países tuvieron acceso a una alimentación mejor y más variada, y pudieron adquirir más y mejores prendas de vestido. Igualmente, aumentaron las posibilidades de comprar una gran variedad de bienes de consumo duradero, en primer lugar la vivienda, pero también toda una amplia gama de equipamientos, entre los que ciertos electrodomésticos (frigoríficos, lavadoras o televisores) tuvieron un protagonismo destacado. Algunos de estos aparatos facilitaron el proceso de incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar y, en cualquier caso, contribuyeron a aliviar la carga de las tareas domésticas. De estos bienes, tal vez el que refleja mejor el carácter de esta época es el automóvil. La popularización del coche familiar, unida al aumento del tiempo libre (fines de semana y vacaciones), dio lugar a una pequeña revolución para los ciudadanos de los países desarrollados, abriendo unas posibilidades hasta entonces inimaginables de viajar, contribuyendo de manera decisiva al desarrollo del turismo de masas.

Sin lugar a dudas, el cambio más importante en la vida de los ciudadanos occidentales de este período fue el aumento del tiempo libre. Los individuos fueron retrasando, a medida que los años de escolarización aumentaban, su incorporación a la vida laboral y, paralelamente, se fue adelantando la edad de retiro. El número de días de vacaciones pagadas fue también en aumento y se generalizó la semana laboral de cinco días. En consecuencia, el número de horas trabajadas por persona empleada se redujo notablemente, aunque con importantes diferencias por países. En Suecia fue más radical esa reducción, mientras que en Suiza y, particularmente, en Japón se seguía trabajando muchas horas, aunque menos que en países menos desarrollados como España.

Finalmente, aunque no es lo menos importante, los habitantes del mundo desarrollado tuvieron un acceso cada vez más fácil a servicios educativos y sanitarios, gracias, entre otras cosas, a los nuevos sistemas de seguridad social establecidos por los gobiernos. La lucha contra la enfermedad y el dolor, una de las peores lacras sufridas por los hombres de todos los tiempos, logró, en este período, éxitos destacadísimos y se elevó también notablemente el nivel educativo. En definitiva, los europeos y occidentales trabajaron menos, tuvieron más tiempo libre y enormes oportunidades para disfrutarlo, dispusieron de viviendas más confortables y equipadas con una gran variedad de electrodomésticos, se vistieron y se alimentaron mejor, su educación se amplió y recibieron mayores atenciones sanitarias. Desde un amplio punto de vista, podemos afirmar que su nivel de bienestar mejoró de forma apreciable.

Todo este proceso de crecimiento y de cambios estructurales se produjo en un marco de gran estabilidad monetaria y cambiaria. Atrás quedaron, y parecía que definitivamente, los graves problemas inflacionarios, las convulsiones monetarias y los problemas de inestabilidad cambiaria que azotaron a la Europa de entreguerras. Entre 1950 y 1973, la Europa occidental experimentó una inflación del 4,3% anual, los países de inmigración europea del 3,4% y Japón del 5,2%. El contraste con las crisis inflacionistas y deflacionistas que había sufrido Europa entre 1913 y 1950 no puede ser más agudo. Entre los países europeos, destacó por su estabilidad Alemania, con una tasa del 2,7%, fruto del rigor de la política monetaria del Bundesbank y del horroroso recuerdo que los alemanes tenían de los episodios de hiperinflación y destrucción de su moneda tras las dos guerras mundiales. La solidez y estabilidad del marco se hicieron proverbiales, lo que unido al peso demográfico y económico de Alemania, terminaron convirtiendo a la divisa germana en la referencia del sistema monetario europeo.

Lo mismo podemos afirmar en relación a los cambios exteriores de las monedas. Tras las inevitables dificultades derivadas de la guerra, se consolidó un sistema de tipos de cambio fijos que funcionó de forma suave y eficaz. Conviene recordar que el buen funcionamiento del sistema monetario se debió tanto a las virtudes teóricas del sistema de Bretton Woods como a la voluntad de cooperación entre los países para su sostenimiento. En efecto, en esta estabilidad tuvo mucho que ver el papel del FMI y el sistema de tipos de cambio fijos creado en Bretton Woods, en el que todas las divisas tenían una paridad frente al dólar (y eran convertibles al dólar), y el dólar tenía una paridad fija frente al oro (que era la divisa de reserva y convertible para los bancos centrales en oro). Los tipos de cambio sólo eran ajustables cuando los desequilibrios de la balanza de pagos fueran estructurales, y los préstamos del FMI fueran insuficientes para mantener la paridad de la divisa. Tan sólo a finales de la década de 1960 se produjeron algunas crisis cambiarias, que resultaron inevitables dadas las distintas tasas de inflación que sufrieron los diversos países europeos durante la etapa de prosperidad.

Las causas del crecimiento económico

El crecimiento de la población, que permitió un aumento sostenido de la demanda, de la producción, del empleo y del comercio, fue acompañado por un cambio tecnológico que facilitó un notable incremento de la productividad. Entre las causas que explican el crecimiento económico en este período, tenemos que distinguir entre las relacionadas con la oferta (factores de producción) y las relacionadas con la demanda y el consumo.

Los factores de producción y el aumento de la productividad

Las fuentes directas del crecimiento pueden dividirse en dos amplias categorías. Primero, hay cambios en el volumen de recursos utilizados para producir el producto nacional; éstos incluyen factores de trabajo, capital y tierra, el último de los cuales normalmente se excluye, porque su contribución al crecimiento es muy pequeña. En segundo lugar, el crecimiento puede producirse como resultado de aumentos en el producto por unidad de factor. Esta categoría cubre un amplio abanico de variables que influyen en la productividad, las más importantes de las cuales son los avances en el conocimiento y las nuevas técnicas, mejoras en la asignación de recursos y economías de escala. El crecimiento puede, por tanto, alcanzarse elevando los factores de capital y trabajo o mediante cambios en los elementos residuales que mejoran los resultados de la productividad de los factores. En la práctica, el crecimiento se produce como resultado de movimientos simultáneos de todas las variables.

Los estudios que han analizado qué parte del crecimiento de la productividad de una economía se debe al capital humano, al progreso tecnológico, las mejoras organizativas, el capital físico, el comercio exterior o los diferentes aspectos de la política económica, nos permiten obtener algunas conclusiones. En primer lugar, la importancia del incremento del factor tierra (recursos naturales) ha sido escasa, de hecho nula en los países desarrollados. La cuota del factor trabajo presenta, por su parte, amplias variaciones: muy alta en los países subdesarrollados y en la URSS, pero también en países avanzados como Estados Unidos, Japón y Alemania. En cualquier caso, el poderoso crecimiento económico experimentado por la mayoría de las economías occidentales después de 1945 supuso el empleo de un contingente notablemente más numeroso de fuerza de trabajo. La oferta de trabajo aumentó debido a cinco impulsos: el crecimiento natural de la población, la modificación de la pirámide de edades, la inmigración, una tasa de población activa más alta y la absorción del paro encubierto, debido a la atracción de trabajadores procedentes de la agricultura o de los sectores artesanales tradicionales.

Sin embargo, en general, resultó mucho más importante la mejora del factor trabajo, es decir, la capacitación fruto de un mayor nivel educativo (propiciado por un crecimiento de la inversión pública en el sistema educativo), que los incrementos del volumen.

También es muy variada la participación del capital: muy elevada en el caso de la URSS, lo que refleja a la vez sus progresos y sus problemas. En los países avanzados, el factor capital explica, en promedio, el 26% del crecimiento (33% en Gran Bretaña, y 21% en Francia). El crecimiento del stock bruto de maquinaria y equipo por empleado fue muy grande, un 6,8% como media para Europa, una tasa que casi triplicaba la de Estados Unidos (2,4%). Sin embargo, pese a que en términos absolutos la diferencia se redujo espectacularmente, la economía norteamericana seguía gozando de una ventaja notable.

El uso acrecentado de trabajo y capital supuso una importante contribución al crecimiento económico occidental después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, estos dos factores de oferta no explican totalmente los logros alcanzados por el crecimiento, pues ambos están sujetos a largo plazo a la ley de los rendimientos marginales decrecientes. Las innovaciones, como tercer factor del lado de la oferta, pueden contrarrestar la acción de la mencionada ley. Las innovaciones pueden permitir que se superen las fases de saturación en las que la productividad no puede crecer más, abriendo camino a una renovada expansión. Es decir, pueden detener una contracción (con niveles de eficiencia estancados o aun descendentes) e impulsar un período de auge (con rendimientos marginales crecientes y una eficiencia en aumento). Tras la Segunda Guerra Mundial, las innovaciones se implantaron considerablemente más deprisa que antes. Procedían de una investigación industrial pionera, que daba lugar a impetuosos progresos técnicos, y de un tipo nuevo de gestión y organización de las empresas.

En síntesis, el porcentaje del crecimiento explicable por los factores tierra, trabajo y capital, fue relativamente bajo en los países desarrollados y muy alto en los subdesarrollados y en la URSS: el 90% del crecimiento soviético, el 74% de Asia y el 66% de América Latina, pero sólo el 38% de los países de la OCDE. ¿A qué se debió, entonces, el desarrollo de estos países? Como apuntábamos antes, fue fruto de lo que se conoce como productividad total de los factores (PTF), un término que carece de una definición precisa, en el que englobamos las mejoras no cuantificables en los factores productivos, la racionalización en la asignación de los recursos, el perfeccionamiento en la organización productiva o la difusión general de los progresos tecnológicos, organizativos e institucionales. En definitiva, se trata de un crecimiento intensivo fruto de un avance equilibrado en la aplicación de factores productivos de creciente calidad y de la eficiencia en su empleo. Este modelo intensivo occidental contrasta vivamente con el soviético, basado en la utilización masiva de recursos, aunque con frecuencia empleados de forma desorganizada e ineficiente.

Innovación y modernización productiva

En la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, la organización sistemática y a gran escala de la investigación industrial (extraordinario crecimiento de los investigadores y de las unidades de investigación, tanto públicas como privadas) ha promovido de manera decisiva los aumentos de la productividad acaecidos en Occidente. Los estudios empíricos demuestran que aquellos sectores que mayores sumas dedicaron a la investigación industrial, o que adquirían sus equipos productivos en empresas que apoyaban su propia producción en la investigación intensiva, eran en los que más rápidamente crecía la productividad del trabajo y del capital. Estos sectores contribuyeron así de manera decisiva al crecimiento económico general.

Los diferentes países occidentales han dedicado sumas muy variables a la investigación industrial. Especialmente durante las dos primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos fue, en una medida notable, por delante de los demás países. Entre 1957 y 1966, por ejemplo, los norteamericanos gastaron no menos de 157.000 millones de dólares en investigación industrial, mientras que los europeos occidentales invirtieron en este campo sólo 50.000 millones. Posteriormente, aunque Europa occidental incrementó las sumas invertidas, Estados Unidos conservó un gran adelanto.

En el período entre 1957 y 1966, un 57% de los gastos norteamericanos en investigación se dirigió a proyectos relacionados con la defensa, la energía nuclear y la exploración del espacio; el 12% se dirigió a las universidades e instituciones análogas, que utilizaron tales fondos en investigación básica; finalmente, sólo el 31% se realizó en el sector industrial propiamente dicho. El hecho de que casi dos terceras partes de las sumas dedicadas a investigación en Estados Unidos procediesen del gobierno federal (sobre todo del Departamento de Defensa, la agencia espacial NASA y la Comisión de Energía Atómica) debe atribuirse sin duda a la Guerra Fría y a la rivalidad entre Norteamérica y la Unión Soviética en la carrera por la conquista del espacio. Aun cuando entre estos gastos estatales y la tecnología industrial no exista una relación directa, la investigación bajo el estímulo del Estado contribuyó a ampliar y a profundizar la base científica de la industria y a agrandar el adelanto tecnológico de Estados Unidos en el mundo, tanto cualitativa como cuantitativamente. Por ejemplo, las innovaciones más importantes en el terreno de la microelectrónica pueden derivarse de gastos anteriores en defensa (en 1960 la mitad de la producción norteamericana de semiconductores fue adquirida para fines militares) y también la exploración espacial y la técnica de las computadoras se benefició de los gastos en investigación realizados en el terreno militar.

Durante los años cincuenta y sesenta, la innovación técnica se concentró más bien en sectores que podían generar un flujo continuo de nuevas tecnologías y nuevos productos basándose en la investigación científica intensiva y que disponían aún de amplias posibilidades de expansión. Las industrias que más éxito alcanzaron de entre estos sectores muy ligados a la ciencia y a una investigación intensiva fueron, tras la Segunda Guerra Mundial, la exploración espacial, la industria electrónica, el sector farmacéutico y químico y la producción de herramientas e instrumentos. Y justamente estos sectores intensivos en tecnología e investigación alcanzaron las mayores tasas de crecimiento. Por otro lado, estas industrias modernizaron los sectores tradicionales. La investigación realizada en el marco del sector químico promovió la producción de fibras artificiales en la industria textil, al tiempo que la investigación llevada a cabo en el sector electrónico permitió un alto desarrollo de la automatización de la maquinaria textil. El sector de la alimentación y el de la construcción se beneficiaron de la investigación promovida en la industria química; y las industrias manufactureras, de maquinaria y la industria de artes gráficas obtuvieron grandes ventajas a partir de la investigación realizada en la industria electrónica.

Todos los países occidentales situaron en el centro de su esfuerzo de investigación industrial a los sectores de orientación científica, aún cuando con diferencias entre unos y otros. En Estados Unidos se concentró la investigación industrial muy intensamente en la exploración espacial, la electrónica y la industria eléctrica, mientras que por el contrario en Europa occidental el esfuerzo se concentró en la industria química. Además, los europeos dedicaron sumas considerables de dinero a la investigación en determinados sectores de la industria manufacturera. De esta manera, no quedaron sensiblemente rezagados respecto a los norteamericanos en el terreno de la química, pero sí que fue notable su retraso en otros sectores de alta tecnología y esto no sólo en la investigación aplicada, sino también en la investigación de carácter básico.

El flujo de innovaciones entre 1930 y 1950 fue impresionante e implicó a numerosos sectores. En el sector de los transportes, habría que señalar los cohetes (1935), el rotor (1936), las locomotoras diésel (1937) y el avión a reacción (1942); en el campo de la electricidad y la electrónica: el microscopio electrónico (1933), el radar (1935), el magnetófono (1935), la televisión (1936), la lámpara de neón (1938), el disco de larga duración (1948), el transistor (1948); las innovaciones más importantes en la industria química serían: el plexiglás (1931), el polivinilo (1932), el celofán (1933), la película en color (1935), el cracking catalítico (1935), el nailon y el perlón (1938), el DDT (1942) y la silicona (1943); de los productos farmacéuticos habría que hacer referencia sobre todo a la penicilina (1942) y a la estreptomicina (1944). Además, cabría referirse al bolígrafo (1945), al procedimiento de colada continua de acero (1948) y al sistema de fotocopia (1950).

Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, la investigación industrial aportó en Occidente numerosos inventos y las consiguientes innovaciones. Los inventos muestran las posibilidades técnicas de realizar un nuevo producto o un nuevo proceso de producción y permiten patentarlos. Las innovaciones consisten en llevar al mercado un nuevo producto (y hacerlo con éxito desde el punto de vista económico), así como en introducir un nuevo proceso de producción. Los inventos e innovaciones más importantes de la época de posguerra se han llevado a cabo en sectores como los ordenadores, los metales no férricos, los plásticos, los productos farmacéuticos, el instrumental científico, los semiconductores, el tratamiento de metales, la electrónica, los bienes de consumo duradero, las fotocopiadoras, los satélites de telecomunicaciones, la energía nuclear, el vidrio y el papel.

De las 100 innovaciones básicas realizadas en estos sectores, aproximadamente 58 se llevaron a cabo en Estados Unidos, casi 38 en Europa y apenas 4 en Japón. Los resultados alcanzados por Norteamérica en el terreno de la innovación se corresponden, por tanto, en gran medida con el gasto en investigación realizado por ese país en el curso de los años sesenta. Estados Unidos alcanzó un predominio claro, aunque no absoluto.

La capacidad de innovación estadounidense tuvo mucha mayor eficacia en los sectores nuevos que en los tradicionales. En las líneas de producción de reciente aparición, como los ordenadores, semiconductores, titanio, satélites de telecomunicaciones e instrumental científico, Estados Unidos disponía de un adelanto tecnológico muy destacado. En cambio, en los sectores tradicionales, que se apoyaban en inventos más antiguos e innovaciones anteriores, la posición de líder de Estados Unidos con respecto a otros países occidentales no era tan pronunciada. En la fabricación de productos farmacéuticos y plásticos, por ejemplo, ya en los años veinte y treinta se realizaron importantes innovaciones. En estos sectores, los países europeos occidentales introdujeron también tras la Segunda Guerra Mundial innovaciones más importantes, lo mismo que en el sector eléctrico tradicional (producción y distribución de electricidad) y en la industria de transformación metálica tradicional (incluidos cobre y aluminio). Gran Bretaña siguió jugando un papel notablemente grande en la puesta en práctica de estas capacidades de innovación. Los empresarios norteamericanos supieron trasladar con especial habilidad los resultados de la investigación básica a innovaciones, así como explotar comercialmente los inventos tanto nacionales como extranjeros. Las técnicas básicas para la producción de titanio fueron descubiertas en Luxemburgo; mucha investigación básica conducente a la moderna técnica de ordenadores fue puesta a punto en países europeos; la invención del diodo en túnel se basó en investigaciones japonesas. Sin embargo, fueron empresas norteamericanas las que transformaron estas invenciones en innovaciones. Mientras que el fuerte de Europa y Japón estaba claramente más en la invención que en la innovación, Estados Unidos demostró ser altamente creativo en ambos escalones.

En realidad, una innovación coronada por el éxito no es un fenómeno puramente tecnológico, sino algo que depende, más bien, de una variedad de factores tales como las técnicas de la moderna dirección de empresas y la dimensión del mercado. Toda una serie de innovaciones no se llevaron a cabo en Europa sencillamente por falta de mercados lo suficientemente grandes y de empresas de la suficiente envergadura. La industria de los ordenadores, por ejemplo, fue apoyada comercialmente en Estados Unidos por el gobierno federal y las grandes compañías, cuyo número, al menos en los años cincuenta y sesenta, era mucho mayor que en Europa occidental. La acción recíproca establecida entre los factores tecnología, dirección de empresas y dimensión del mercado es decisiva en lo relativo al éxito de una innovación en los sectores de alta tecnología y se perfila así como determinante para la explicación del abismo tecnológico.

Las empresas que han conseguido una ventaja en cuanto a innovación basándose en la investigación industrial pueden beneficiarse de ella en los mercados extranjeros siguiendo tres métodos. En primer lugar, pueden dedicarse a la exportación de los nuevos productos; en segundo lugar, pueden invertir en el extranjero y atender al mercado local a partir de empresas filiales; en tercer lugar, pueden vender una licencia de producción a una empresa extranjera, lo que dará a ésta el derecho a fabricar el nuevo producto por sus propios medios con destino al mercado del país. Las tres vías fueron seguidas con profusión después de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos, sobre todo, vendió patentes y licencias de producción a empresas extranjeras. Medida según las sumas pagadas para ello, aproximadamente la mitad de la tecnología comprada por las empresas francesas, británicas, alemanas occidentales, italianas, japonesas, canadienses en el extranjero en el curso de los años sesenta procedía de Estados Unidos. La otra mitad de la tecnología la obtuvieron los otros países de la OCDE por las vías señaladas en la clasificación anterior, pero unos de otros. Los estudios sectoriales confirman esta aseveración. La venta de patentes y licencias norteamericanas en el ámbito de la electrónica y de la maquinaria eléctrica se situó muy por encima de la media norteamericana por sector. En ramas de la producción como la química, los metales básicos y los productos metálicos, en cambio, las ventas europeas de patentes y licencias se situaron significativamente por encima de la media europea por sector, y las patentes y licencias norteamericanas se situaron en este caso considerablemente por debajo del promedio sectorial norteamericano.

Si se analizan los resultados obtenidos en el campo de las exportaciones por los sectores intensivos en investigación, los datos empíricos confirman las conclusiones anteriores. Cuanto más gasta un país en investigación industrial, mayor es la proporción correspondiente a los sectores intensivos en investigación sobre los niveles de exportación del conjunto de la industria manufacturera. Durante los años sesenta, algo más del 50% del total de la exportación norteamericana procedía de los sectores intensivos en investigación; en Gran Bretaña y en la República Federal de Alemania, estos sectores participaban en algo más del 40% de las exportaciones; en Holanda y Suecia, su participación era también elevada, pero en Bélgica sólo llegaba al 20% del conjunto de las exportaciones.

Las empresas norteamericanas que habían introducido las innovaciones originales crearon cada vez más sociedades filiales en el extranjero a lo largo de los años sesenta, en primer lugar, y sobre todo en los países industrializados de la CEE, donde existía una elevada demanda de productos de alta tecnología y donde los costes salariales eran muy inferiores a los de Estados Unidos. Ya en el año 1964, las empresas norteamericanas vendieron en Europa cuatro veces más a través de sus sociedades filiales instaladas aquí que a través de la exportación directa desde Estados Unidos. Las inversiones extranjeras suponían para Europa una potente inyección de capital y no era de menor importancia la transferencia de tecnología y procedimientos de gestión empresarial que implicaban. El resultado de esto fue que Europa pudo acoger en los años sesenta las nuevas tecnologías a través de las inversiones directas del extranjero a una velocidad mucho mayor que el ritmo con que Estados Unidos era capaz de imponer ulteriores innovaciones. Puede afirmarse, así, con seguridad que en los años sesenta las inversiones norteamericanas en el extranjero contribuyeron intensamente a reducir la brecha tecnológica existente entre Estados Unidos y Europa.

El protagonismo de la gran empresa. El consumo energético

El fuerte crecimiento de la economía mundial después de la Segunda Guerra Mundial estuvo motivado, desde la perspectiva de la oferta, no exclusivamente por una mayor utilización de fuerza de trabajo y capital, así como por relevantes mejoras tecnológicas, sino también por importantes innovaciones en la dirección de las empresas y en los métodos de gestión, como ha demostrado Chandler. La estrategia de crecimiento de las grandes empresas modernas exigía nuevas formas de organización. Así, las empresas que constaban de una o más plantas y que estaban dirigidas por medio de un sistema centralizado de control y administración fueron cada vez más sustituidas por empresas dotadas de una estructura multidivisional. Este importante progreso organizativo elevó considerablemente la posibilidad de generar aumentos de productividad y fue caracterizado justificadamente como una revolución en la dirección de la empresa (managerial revolution).

Durante el período entre 1945 y 1973, la importancia de la gran empresa y la producción en masa fue muy destacada. En Europa occidental, Estados Unidos y Japón, el número y tamaño de las grandes empresas aumentó, al igual que su participación en el producto y el empleo total. El número de empresas que empleaban a más de 10.000 trabajadores pasó de 65 a 160 en Gran Bretaña, de 20 a 62 en Francia y de 26 a 102 en Alemania entre 1953 y 1972. En Estados Unidos, las 100 mayores empresas pasaron de concentrar el 23% del valor añadido manufacturero en 1949 al 33% en 1970; en esas mismas fechas, los porcentajes en el Reino Unido pasaron del 22 al 41%; en los países de la Comunidad Económica Europea, el porcentaje de las mayores empresas sobre el PIB pasó del 21% en 1961 al 29% en 1977. Sin embargo, la distribución por países no se alteró respecto a la etapa anterior: en 1971, el número de empresas industriales con más de 20.000 empleados en los países de economía capitalista era de 401, de las que 211 tenían su sede en Estados Unidos; por detrás, seguían Gran Bretaña con 50, Alemania Occidental con 29, Japón con 28 y Francia con 24. Estos cinco países concentraban el 85% de las grandes empresas mundiales.

Por sectores, petróleo, automóvil y maquinaria y material eléctrico y electrónico concentraban las mayores empresas del mundo. A principios de los años sesenta, la superioridad norteamericana era evidente no sólo en las industrias capital-intensivas de la Segunda Revolución Industrial, sino también en los nuevos sectores muy intensivos en I+D como la electrónica o la informática.

La gran empresa con una estructura multidivisional y una estrategia de diversificación se generalizó en Estados Unidos y se extendió, con desigual intensidad, por Europa y Japón. Algo similar ocurrió con la producción en masa, lo que se tradujo en un aumento significativo de la escala de producción y el tamaño de las plantas industriales. Esa respuesta más o menos general en todos los países se produjo ante una competencia creciente a nivel interno e internacional, un cambio tecnológico en aceleración y una mayor conciencia entre la dirección de empresa de la importancia del marketing, la investigación de mercados y la planificación.

Toda esta etapa de crecimiento económico y de cambios estructurales fue acompañada por un aumento extraordinario del consumo energético. Las economías desarrolladas se comportaron como si la oferta de energía fuera ilimitada. A finales de la década de 1950, el promedio mundial de consumo de energía por habitante se aproximaba a una tonelada equivalente de petróleo, pero en los países desarrollados superaba las dos toneladas y media. Esta brecha se fue ampliando en la década de 1960 de manera que, en vísperas de la crisis de 1973, los niveles eran de 1,25 frente a casi 4,5. La expansión del consumo energético llevó aparejados cambios sustanciales en la composición de las fuentes primarias de energía en los países desarrollados. Fue el final de la era del carbón, que pasó del 75 al 23% del consumo total, y el pleno desarrollo de la del petróleo (del 22 al 60%). Pero el cambio más significativo fue el origen geográfico de las materias primas. Mientras que en 1955 Europa se autoabastecía de energía en un 78%, este nivel descendió a sólo el 35% en 1972. Esta dependencia energética exterior no constituía, en principio, ningún problema especial, aunque sí lo era la estructura oligopolista de la producción y las fuertes afinidades políticas del núcleo fundamental de los exportadores, los países árabes. La producción de petróleo de este grupo pasó de 85,9 millones de toneladas en 1950 a 1.054 en 1973, conformando el grueso del comercio de exportación. El fortalecimiento a finales de la década de 1960 de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) como cártel de productores, y el agravamiento del enfrentamiento entre Israel y los países árabes prepararon el terreno a la crisis de 1973.

La expansión de la demanda


El crecimiento económico de la época de posguerra y el
estancamiento posterior no han de atribuirse de manera
exclusiva al cambio estructural operado en el lado de la
oferta y la producción, sino también a las transformaciones
estructurales sobrevenidas en el lado de la demanda y el
consumo. En la mayoría de los países industriales de Occidente
cambiaron de manera fundamental, debido a la Segunda Guerra
Mundial, las relaciones entre el trabajo y el capital.
El rápido crecimiento de la productividad del trabajo
benefició sobre todo, en las nuevas condiciones, a la masa
creciente de perceptores de sueldos y salarios. De esta manera
se dio un primer paso -aunque insuficiente- en dirección a una
distribución menos desigual del ingreso. Se desarrolló un
importante mercado interior que sustentaba una potente demanda
Tema 5. Reconstrucción, desarrollo y crisis ec.industr. 1945-1980
37
de bienes de consumo duradero. La interrelación con el
extranjero se hizo más estrecha, por lo que se liberalizó el
comercio exterior, de tal manera que una demanda exterior en
rápido crecimiento vino a reforzar el masivo mercado de bienes
industriales de consumo y de bienes de capital.
Los aumentos salariales fueron el resultado de la
evolución del mercado de trabajo (después de la guerra se fue
absorbiendo el excedente estructural de fuerza de trabajo), y
de las políticas redistributivas de los gobiernos. Crecimiento
económico, pleno empleo y una distribución más justa del
ingreso fueron los cimientos sobre los que se levantó la
política estatal de bienestar después de la Segunda Guerra
Mundial. Como consecuencia de todo ello, se produjo una
considerable elevación del nivel medio de los sueldos y los
salarios, tanto en términos nominales como reales.
Pero el bienestar individual no aumentó exclusivamente por
el considerable incremento de la renta real incorporada a los
sueldos y salarios, con un tiempo de trabajo simultáneamente
reducido. También las prestaciones sociales supusieron
importantes rentas adicionales. Por todas partes se hizo más
densa la red de la seguridad social para casos de enfermedad,
invalidez, paro y jubilación.
En las décadas posteriores a la contienda bélica la
demanda interna creció fuertemente, pero la demanda de las
exportaciones alcanzó un auge todavía mayor. El valor total de
las exportaciones mundiales se multiplicó por quince entre
1953 y 1977, a precios corrientes. Si se mide la exportación
mundial por su volumen, entre 1953 y 1977 creció cinco veces.
La demanda externa creció más rápido que la demanda interna.
Los países que alcanzaron un mayor crecimiento económico
fueron también, justamente, los que más decididamente
orientaron sus economías a la exportación (República Federal
de Alemania, Francia, Italia, Japón, Países Bajos, Suiza). Por
otro lado, los países que crecieron con mayor lentitud fueron
los que menor volumen de exportaciones registraron, es decir,
Gran Bretaña y Estados Unidos.
Los países industriales de Occidente, es decir, los que
poseen los mayores niveles de renta, alcanzaron después de la
guerra un fuerte predominio en el comercio mundial. Entre 1950
y 1970 fueron ellos los que llevaron a cabo la inmensa mayor
parte del comercio internacional.
También hay que destacar los cambios en la composición de
los bienes objeto de intercambios internacionales. La
proporción de productos industriales en el conjunto del
comercio mundial creció, mientras que la proporción de los
productos agrarios, de los energéticos y de las materias
Tema 5. Reconstrucción, desarrollo y crisis ec.industr. 1945-1980
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primas descendió. Todavía hacia 1950 ambos tipos de bienes
constituían, cada uno, la mitad de los intercambios, pero en
1973 los productos industriales eran ya casi dos tercios de
todo el comercio mundial y los bienes primarios
aproximadamente un tercio.
Las medidas de política económica, sobre todo la política
de integración económica, fomentaron de manera determinante en
esta época la expansión del comercio internacional. Tuvieron
especial importancia algunos procesos de integración como la
creación de la Comunidad Económica Europea, la Asociación
Europea para el Libre Comercio (EFTA), o las rondas
negociadoras del GATT.

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