2.5. Primeros asentamientos y desarrollo preindustrial
Los primeros asentamientos urbanos se vinculan con la presencia de recursos básicos (, vías de comunicación o posiciones defensivas privilegiadas. Estos rasgos siguen presentes en las ciudades actuales como herencia de los asentamientos originales, lo que explica por qué hay una gran concentración urbana en el litoral, o la presencia de ríos que cruzan la ciudad.
Con la llegada de las primeras civilizaciones (colonización fenicia, griega y cartaginés), los núcleos urbanos originales se reconvierten y aparecen otros. El plano urbano de las ciudades griegas y romanas, en el caso de la Península ibérica, es simple y regular, con dos ejes que se cruzan en un centro religioso, comercial y administrativo, y una muralla que rodea la ciudad como elemento defensivo y diferenciador; además, la trama urbana será cerrada. Este será el germen de lo que luego llamaremos casco antiguo.
La romanización suma al germen de estas ciudades una estructura política, de tal forma que los centros urbanos adquieren funciones múltiples: político-militares, administrativas y económicas. Durante la Edad Media la ciudad crece, apareciendo nuevos edificios, barrios y elementos defensivos La ciudad crece tanto que la muralla se convierte en un impedimento para su expansión, razón por la que se construye aprovechando el espacio, estrechando la distancia entre calles y volviendo el plano irregular. En este momento, se establece una fuerte diferencia entre el espacio urbano (de murallas para dentro) y el hinterland (de murallas para afuera), espacio agrario que rodea la ciudad y suministra productos agropecuarios a sus habitantes. Los visigodos en menor medida, y sobre todo los musulmanes a partir del s. VIII, fundan nuevas ciudades o revitalizan los asentamientos anteriores, A partir del siglo XIII la urbanización cobra impulso gracias al comercio, vinculado a los mercados locales, las ferias, las grandes rutas y vías de peregrinación y comercio como el Camino de Santiago. Fruto de esta etapa, aparecen en las ciudades catedrales, lonjas, etc. En época moderna, entre los siglos XV y XVIII, las monarquías relocalizan el centro político y económico de las ciudades lejos del casco antiguo, a fin de introducir innovaciones como los primeros sistemas de alcantarillado, calles más anchas, sistemas de irrigación, etc. En el Siglo XVI, el crecimiento demográfico y el monopolio del comercio con las Indias llevaron al crecimiento de ciudades como Sevilla, al que se suma Madrid, escogida por Felipe II como capital de la Corona hispánica. Durante el Siglo XVII, la urbanización se ve frenada por la crisis demográfica y económica, a lo que sigue una modernización de las urbes en el Siglo XVIII bajo la corona de los Borbones y la influencia de la ilustración.
2.6. La ciudad en el Siglo XIX: revolución burguesa y revolución industrial
Entre finales del Siglo XVIII y durante el Siglo XIX, las ciudades españolas cambian debido al doble proceso de ascenso de la burguésía al poder político y económico. Tras el derribo de las antiguas murallas (salvo excepciones en ciudades de rango subregional, y pervivencias como torreones), el hinterland se integra en la ciudad como espacio urbanizable, acogiendo tres elementos: el ensanche burgués, las áreas industriales y los arrabales obreros. El ensanche burgués es una zona integrada en la ciudad de nueva promoción urbanística, con un plano regular, bien radiocéntrico (París) o en cuadrícula o damero (Barcelona, Valencia). El ensanche burgués tiene como unidad mínima la manzana cerrada, un edificio en forma cuadrangular, con las esquinas recortadas para formar plazoletas en la intersección de varias manzanas, una fachada exterior dominada por los balcones y los bajos comerciales, y una zona interior para uso doméstico. Las cuadrículas del ensanche burgués se comunican entre sí a través de grandes avenidas, y se completan con espacios verdes. Junto al ensanche burgués, ganado al hinterland, también aparece en la periferia de la ciudad un paisaje industrial, con fábricas próximas a fuentes de agua (máquinas de vapor) y a los mercados de consumo y distribución. Estas construcciones se completan con arrabales obreros que crecen de forma más o menos descontrolada junto a los espacios fabriles. Hasta mediados del s. XIX, la concentración demográfica en ciudades fue escasa (en torno al 24%), experimentando un crecimiento significativo durante la Restauración (1874-1923) por el fin del ciclo de pronunciamientos, sobre todo a principios del Siglo XX. Este crecimiento se vio frenado por la Guerra Civil (1936- 1939) y la posguerra, sufriendo el deterioro y el desabastecimiento, así como un escaso fomento por parte del régimen franquista, con la excepción de espacios propicios para el impulso económico de la autarquía: Madrid, Barcelona y Bilbao. Durante la etapa del desarrollismo (1960-1975), el baby boom, el impulso económico, el auge del turismo de sol y playa y el consiguiente éxodo rural aceleró de forma exponencial el crecimiento urbano.
2.7. Reformas sociales y desarrollo urbano
Entre finales del Siglo XIX y durante los inicios del Siglo XX, se lanzan una serie de proyectos con el fin de conseguir tres objetivos: ampliar la ciudad de forma ordenada; acabar con los problemas de conflictividad social y salubridad que representan los arrabales obreros y las industrias; y, por último promocionar las ideas naturalistas e higienistas propias de la época. Entre los proyectos de reforma urbana que aparecen en este periodo, destacan tres: la ciudad lineal, la ciudad jardín y la manzana cerrada. La ciudad lineal es un proyecto del urbanista español Arturo Soria, quien a finales del Siglo XIX propone ampliar la ciudad mediante largas y anchas avenidas, construidas en zonas despobladas de la periferia. A ambos lados de este largo trazado se establecería viviendas unifamiliares para los trabajadores, relocalizando a los obreros para derruir los arrabales. A fin de favorecer la existencia de estos trabajadores, las viviendas incluían jardines y huertos. El modelo de Arturo Soria se aplicó a Madrid, sirviendo de inspiración para otras expansiones como la actual avenida Blasco Ibáñez de Valencia, que comunicaba la ciudad con los distritos pesqueros, convertidos en barrios, acogiendo el campus universitario en la década de 1950-1960. La ciudad jardín es una propuesta del urbanista británico Ebenezer Howard, que a principios del Siglo XX plantea sustituir las ciudades industriales, colmadas de suciedad y enfermedades, por espacios urbanos más pequeños, donde se combina elementos agrarios con las ventajas urbanas. El resultado final será la mezcla de espacios verdes y edificios residenciales, con un crecimiento controlado y una población limitada para evitar los problemas de la ciudad industrial clásica. Por último, la arquitectura racionalista de la década de 1930 plantea la idea de la manzana cerrada, una evolución del ensanche burgués por el cual se purga la vistosidad de las fachadas burguesas y se fortalece el espacio interior, con espacios comunes y de ocio para los habitantes del edificio. El ejemplo más carácterístico tal vez sea la llama Finca Roja, en la ciudad de Valencia.
2.8. Desarrollo urbano en el Siglo XX/XXI
En diferentes momentos, los países desarrollados viven un nuevo impulso urbano, que combinará la modernización de las infraestructuras y medio de transporte, la salida de la ciudad de industrias, zonas residenciales y comercio, y la especulación, conocido como reforma interior. En este periodo se abren nuevas plazas y se construyen grandes vías, inspiradas en el modelo de París. Así mismo, el casco antiguo terminó de densificarse, algunos inmuebles históricos (iglesias, conventos, palacios, etc.) fueron reconvertidos en espacios políticos y administrativos, y a la larga se combinaron los estilos clásico y moderno en el paisaje urbano. En cuanto a los usos del suelo, sufrieron una progresiva terciarización y segregación por motivos socioeconómicos. En primer lugar, la extensión del automóvil y la modernización del transporte ferroviario y aeronáutico permitirán que la industria abandone las ciudades, establecíéndose en zonas periféricas, donde el precio del suelo es más bajo. La mano de obra necesaria para ese impulso, proveniente de zonas rurales, se asentará en ciudades dormitorio, fenómeno combinado con la promoción de viviendas y oficinas en los antiguos centros industriales y arrabales obreros. La crisis del petróleo de 1973 y la transición a la democracia entre 1975 y 1982 conducen a una urbanización postindustrial, en el que la tasa de urbanización se desacelera inicialmente para acelerarse en épocas de bonanza económica, como entre 1999 y 2007. Con el paso de tiempo, el sector secundario pierde peso en la economía nacional y las grandes industrias se alejan de la ciudad, debido a la revalorización del suelo urbanizable y la mejora en los sistemas y vías de transporte, quedando algunos vestigios como naves o chimeneas. De la misma forma, los arrabales obreros desaparecerán, reubicándose las zonas residenciales de trabajadores en otros espacios y con otras soluciones (ciudad lineal, ciudad jardín, ciudad dormitorio). El ensanche burgués se mantendrá, y de la misma forma pervivirá el casco antiguo, con algunos vestigios del pasado histórico de este centro original de la ciudad. Las actividades del sector terciario gana peso, pero estos servicios también se trasladan a zonas periféricas en un proceso de suburbanización al que contribuyen las zonas residenciales, zonas de equipamientos y ocio, espacios industriales, etc. El crecimiento de la actividad urbana y el éxodo rural favorecerá la extensión de las áreas metropolitanas y regiones urbanas, sumándose a ese entramado las ciudades residenciales y las áreas comerciales. Al mismo tiempo, determinas áreas rurales y pesqueras, dedicadas hasta mediados del Siglo XX a actividades del sector primario, viven una promoción urbanística, lo que altera el paisaje, tanto la costa, como los paisajes naturales y agrarios del interior. Este nuevo proceso de crecimiento urbano provoca que las nuevas promociones no sigan siempre una planificación ordenada respecto al conjunto de la ciudad, de tal manera que la morfología final resultará una combinación. Una de las últimas tendencias en el proceso de desarrollo urbano es la llamada gentrificación (del inglés gentry, alta burguésía). En el casco antiguo y los barrios más degradados, un descenso en el precio del suelo provoca la adquisición de inmuebles por parte de grupos inmobiliarios, la recuperación del barrio y la llegada de nuevos residentes, desplazados los anteriores.
2.9. Retos y tendencias en la ciudad actual
El desarrollo urbano en todo el planeta nos enfrenta a nuevos retos, que la ciudad debe resolver a fin de equilibrar de forma sostenible el creciente número de habitantes y servicios con las infraestructuras, medios, elementos históricos y relación con el espacio. Casco antiguo: el centro histórico de las ciudades ha pasado de ser un espacio degradado a un área rehabilitada, perdiendo sin embargo el tejido social tradicional (residentes, pequeño comercio, etc.) a favor del turismo (locales de ocio, tiendas especializadas, etc.), lo que disuade a familias y residentes con bajo poder adquisitivo de establecerse en estos espacios. La peatonalización del casco antiguo y la regulación de los apartamentos turísticos tratan de frenar el impacto negativo de estas tendencias. Gentrificación y degradación de los barrios periféricos: cada vez es más frecuente que la recuperación de barrios degradados esconda maniobras especulativas, que conducen a la exclusión de los antiguos vecinos, forzados a reubicarse en áreas peor comunicadas, menos céntricas y aún más degradadas. Al mismo tiempo, la bolsa de pobreza extrema sigue presente en los cinturones de chavolas de las grandes urbes, en contraste con los barrios residenciales, con mejores servicios, infraestructuras, etc. Vivienda: el incremento de la población, el impulso de las actividades turísticas y la especulación inmobiliaria han provocado un grave problema de acceso a la vivienda en las ciudades, agravado por la construcción de infraviviendas (viviendas con menos de 30 m2) y la burbuja de los alquileres. Problemas medioambientales: el aumento de la población urbana, el crecimiento del parque automóvilístico y la falta de transporte público acorde a este crecimiento provocan graves problemas, como el smog (altos niveles de dióxido y monóxido de carbono en la atmósfera, debido a los motores de combustión), a lo que contribuye las insuficientes zonas verdes y la destrucción de la agricultura tradicional del hinterland. El segundo grave problema medioambiental en las ciudades es la contaminación sonora y lumínica, provocando los altos niveles de ruino incluso la declaración de áreas ZAS (Zona Acústica Saturada). En tercer lugar, la ciudad afronta un grave problema por la gestión deficiente de residuos urbanos, agravado por el aumento de la población urbana.